Termina un año difícil y lleno de desafíos, pero más allá de las pérdidas que algunos han sufrido, de seres queridos que se han ido, despidos, pérdidas económicas, enfermedades y un largo etcétera… podemos poner la mirada en el vaso medio lleno y decir que a pesar de todo, siempre de lo malo algo bueno se puede sacar.
El aislamiento obligatorio que nos impuso esta pandemia nos obligó a comprender una lección que a muchos nos costaba entender: nuestra vida se había convertido en un constante ajetreo y ese correr en la rueda del hámster sin parar no nos llevaba a ningún lado, o quizá nos llevó a un lugar no esperado, con constantes estados de ansiedad y trastornos depresivos. Necesitábamos parar y poner el foco en nuestra calidad de vida para comenzar a disfrutarla de un día a la vez.
La pandemia nos obligó a sacar el pie del acelerador, detenernos de nuestro trajín diario y observar qué es lo realmente importante para nosotros y que lamentablemente estábamos dejando de lado, como por ejemplo, tiempo de calidad con nuestros seres queridos o momentos de autocuidado como un baño de espuma relajante, una clase de yoga o la lectura de un libro o mirar una película de nuestro interés.
Ahora se trata de disfrutar de la lentitud, concepto puede parecernos chocante ya que vivimos en un mundo donde todo tiene que ser rápidamente producido y rápidamente consumido, sin darnos cuenta que esta modalidad nos lleva a perdernos lo más importante, el disfrute de lo que está aconteciendo ahora mismo, en este mismo instante, ya sea un atardecer, la compañía de nuestro ser querido, el jugueteo de nuestra mascota o nuestra simple respiración.
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